martes, 3 de agosto de 2010

¿Moraleja?


Comisaría de Dallas.
Sala de interrogatorios, 3:09 AM, Miércoles.

-No iba drogada, ni bebida si eso es lo que piensas- escupió la chica, demasiado maleducada en mi opinión.
Estaba afectada, era lógico según las circunstancias. Intentaba crear una barrear entre sus sentimientos y yo, sin embargo apenas era factible ese pensamiento. Sus sensaciones me las mostraba como en un libro abierto: el constante ir y venir de sus ojos, la odiosa tendencia de morderse las uñas (lo que mostraba inseguridad) y los ojos rojos y llorosos debido a la ingestión elevada de grandes cantidades de alcohol, tabaco y posiblemente drogas.
Sin embargo no estaba allí para hacer de juez de una adolescente de apenas dieciocho años, sino para aclarar los sucesos acaecidos horas atrás. Concretamente a la 1:45 de esa noche.
La chica en cuestión iba ataviada según los distintivos de su estilo gótico, así como los jóvenes decían. Un conjunto negro le recorría el busto. Tenía el pecho escondido por un escote cerrado que le llegaba hasta la base del cuello. Una camiseta de tirantes con volantes que caían hasta la mitad de los brazos, unas medias rotas y desgastadas combinadas con un tutú de bailarina, cortado con maestría de un antiguo vestido, probablemente.. Unos guantes con hierro en los nudillos abarcaban la totalidad de sus manos, sin olvidar el corte especial que contaban para dejar los dedos libres.
El maquillaje era excepcional, aunque claro, de eso vivía la moda.
La joven parecía muerta en condición. Su semblante era pálido como el marfil recién esculpido de una diosa de la Grecia Clásica, sus cejas depiladas mostraban tan solo dos finas líneas oscuras que contrastaban vivamente con el color de su cara. Sus pestañas eran oscuras como boca de lobo. Los labios se vestían de un profundo color violeta, al igual que los párpados que escondía cuando mantenía los ojos abiertos.
Como queriendo mostrar todos sus encantos, la joven los cerró un segundo y se masajeó las sienes en un intento de desterrar las aterradoras imágenes de esa noche, supuse.
La juventud de hoy va loca. Parece que se haya escapado de una película de Tim Burton, pensé. Sin embargo me obligué a mi mismo a repetirme que no había ido allí a emitir un veredicto de sus formas de vestir.
-Jovencita, sabemos que tienes sueño. Todos lo tenemos y al igual que tú estamos deseando acabar con todo esto para llegar a casa e intentar dormir- utilicé ese verbo en un intento de acercarme a ella. No porque no fuese humano y no sintiese compasión por lo que había ocurrido, pero después de treinta años de trabajo había visto demasiadas cosas como para que lo ocurrido aquella noche tuviese alguna clase de trastorno sobre mí.
Emily, así se llamaba la chica según la ficha que tenía delante, me miró con sus ojos de besugo muerto. Tan variopinta variedad de colores oscuros en una cara me ponían la piel de gallina pero me mantuve derecho en el asiento.
-Tan solo queremos saber que ocurrió para poder irnos a casa, ¿entiendes?- siguió mirándome fijamente sin apenas mover un músculo. Tragué saliva.- Tenemos al que conducía el coche, y sabemos mas o menos lo que podría haber pasado pero queremos estar seguros, para no cometer ningún error.
Tuve que admitir que me había quedado bastante bien el discurso. No habría que añadir que fui un galáctico de las palabras en mi colegio. El hecho de describir a una persona me apasionaba y expresarme siempre había sido lo mío.
Mis palabras dieron su fruto cuando, sin previo aviso, Emily cerró los ojos y empezó a hablar con voz rota.
La grabadora seguía en estado de alerta, esperando su declaración.
-Como ya te he dicho Alex no iba ni drogada ni bebida- me di cuenta de que le costaba pronunciar el nombre de su amiga fallecida. A punto estuve de entregarle un pañuelo al ver que las lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas, dibujando senderos negros y púrpuras conforme se corría su maquillaje. Pero me contuve en el último momento a fin de mantener mi fachada de hombre duro ante mis superiores que me observaban desde el falso espejo del fondo- Y justamente eso es lo que mas me molesta de esa noche.
>>Esta noche había botellón en el parque que hay al lado del viejo asilo de ancianos abandonado. Creímos que sería divertido porque cuando estuviésemos un poco bebidos entraríamos y nos gastaríamos bromas unos a otros. Todas las preparaciones fueron bien, compramos la bebida donde siempre y llamamos a la gente. Algunos no podían venir pero la mayoría dijo que vendría, hacía bastante tiempo que no nos veíamos.<<
>>Alex era una de las personas que mas ganas tenía de ver. Habíamos crecido juntas, pero por causas del instituto y problemas no nos veíamos desde hacía por lo menos dos meses. Cuando llegó no podía creérmelo, la abracé con todas mis ganas y casi le estampo un morreo en toda la boca si no llega a ser porque enseguida nos rodearon todos para saludarla. Era muy popular.<<
>>A las doce menos veinte empezamos a sacar las botellas de Ginebra, Vodka, Martini y a pedir a la gente que nos pagaran lo pedido. A en punto ya estaba cada uno con su botella o con su vaso y la mayoría ya estaba medio pedo. Sin embargo Alex esa noche no bebió nada<<
>>Le pregunté que le pasaba y me dijo que se lo había prometido a su madre… Verás… Alex es una persona que suele aparecer… Umm… digamos que borracha en su casa. Pero tiene diecinueve años y puede hacer lo que quiera, ya es mayor de edad. Pero hacía apenas unos días una amiga de su madre había muerto en un accidente de coche por ir ebria, y esa noche no podía ir a recogerla al botellón como hacía normalmente para que no tuviese ninguna clase de problema, así que le rogó que se abstuviese de beber. Y así lo hizo…<<
Noté que Emily estaba llorando de verdad al ver los aspavientos que hacía su cuerpo al hablar.
A la mierda la imagen. Con rapidez saqué un pañuelo limpio de mi bolsillo trasero de los pantalones y se lo entregué. Murmurando un agradecimiento, se limpió la cara (dejando leves manchurrones de maquillaje) y se sonó repetidas veces. Resolví regalarle el pañuelo cuando acabase la sesión, lo necesitaba más que yo y no me apetecía lavarlo después.
-Continúa, por favor- la induje.
Respiró hondo y continuó hablando.
>>Sobre la una de la noche, mas o menos, unos cuantos decidimos entrar en la vieja residencia por el gusto de hacernos unas cuantas fotos y luego alardear de haberlas hecho dentro de la casa del terror de la ciudad. Alex decidió quedarse, ella solo llevaba en el cuerpo una botella de coca-cola, había acatado la promesa que le había hecho a su madre de no beber. Pero se lo estaba pasando tan bien como los demás, y sin la estimulación del alcohol. <<
>>Entró Alice, una amiga de Andy, mi novio, y me dijo que Alex se tenía que marchar. No sabía porque pero decidí salir para despedirme de ella, y avisarle que quería quedar antes de que pasaran otros dos meses<<
Se quedó callada mirando las líneas de la mesa de madera. Su rostro era un popurrí de mezcla de violeta y negro, ya ni siquiera se distinguía donde había estado cada color. Así eran las lágrimas, fuertes desmaquilladoras.
Estuve a punto de pedirle que continuara pero ella lo hizo sin ayuda de mi parte.
>>No pude hablar con ella… En cuanto la localicé ya había cruzado la calle, la llamé y se giro para volver a venir y despedirse de mí. Recuerdo que le chillé algo como “menuda amiga estás hecha que te vas sin despedirte de mí”- se cubrió la cara con las manos.- Espero que entienda que lo dije de broma...<<
>>Miró a ambos lados de la ancha calle y vino medio corriendo para darme un abrazo… y entonces apareció el descerebrado de Paul, borracho perdido, haciendo el tonto con su coche nuevo. Ni siquiera la vio, estaba muy ocupado poniendo la música a tope y saludando a todo el mundo por la ventanilla.<<
Se quedó callada. Por primera vez me entraron dos sensaciones que no tenía desde hacía mucho en este trabajo. La primera: me entraron unas terribles ganas de llorar, por la pobre Alex, que apenas había tenido diecinueve primaveras en este mundo antes de que la muerte se la llevase con tanta ilusión. La segunda: una furia increíble me invadió, y las ganas de ir a por Paul, el joven que estaba encarcelado dos habitaciones a mi derecha, y partirle la cara por hacer una cosa tan horrible.
Sin embargo no podía moverme, estaba helado en el asiento observando a Emily. Ella se repuso y me miró con la cara surcada de lágrimas, tenía la voz cascada y algunas mucosidades se escapaban de su nariz.
-Entenderá porque odio lo que pasó… Si hubiese estado ella borracha, si ella hubiese conducido el coche y se hubiese estrellado si…- tosió un poco y se sorbió los mocos de la nariz. Volvió a levantar la mirada, esta vez con los ojos llameantes y reclamando venganza.- Pero no. Ella no quiso beber, quiso estar sobria. Fue otro el que tuvo que arrebatarle la vida ¿Por qué? ¿Por qué si ese impresentable cometió un error tuvo que pagarlo mi amiga? ¿Por qué si Paul se pasó con la bebida tuvo que sufrirlo Alex? No me parece justo…
Todo su arrebato desapareció tan rápido como había llegado. Se hundió en la silla, y se puso a sollozar como una niña pequeña. Me quedé observándola un par de minutos, hasta que finalmente apagué la grabadora y me levanté de la silla.
Cuando salí de la sala de interrogatorios, mis superiores me miraron con la pena grabada en sus facciones. Annika, mi secretaria, se estaba enjugando las lágrimas e intentando escribir en su ordenador el informe que deberíamos presentar. Despaché con la mano a los ávidos y carroñeros periodistas que me esperaban a la salida y me acerqué a los padres de Emily.
Ellos se levantaron en cuanto me vieron llegar.
-¿Inspector Stanley?- me dijo el padre dubitativo.
Les miré con detenimiento. Ambos eran normales. Padres sencillos y trabajadores que querían ver crecer a sus hijos y poder acompañarles el día de su boda.
-Déjenla dormir. Y si es necesario que se tome el resto de la semana libre, sin ir al instituto. Lo necesita.
Pareció que la madre encontraba impertinente el hecho de que les dijese como tratar a su hija pero él parecía más aplacado. Colocó una mano sobre el hombro de su esposa y fueron a buscar a su hija.
Les vi marchar, y entrar en la sala que había ocupado minutos antes. Sin poder evitarlo me senté en el lugar que habían dejado libre y me cubrí la prominente cabeza con las manos. Invariablemente ahora pensaba en mi hija, que estaba estudiando tercero de Medicina en Oxford. Era una de las jóvenes mas brillantes que había conocido en mi vida, y no porque fuera su padre, que va. Es que era tan segura en si misma, tan inteligente, tan valiente y enérgica que podía sacar cualquier situación adelante.
Y sin embargo… en cualquier momento una persona cualquiera podría conducir mas tomada de lo normal y privar al mundo de esa brillantez que constituía mi preciosa niña.
Una vez más sentí el deseo incontrolable de liarme a puñetazos con el joven Paul, pero aguanté. Era un hombre adulto y no podía hacer eso.
Escuché pasos y levanté la cabeza. De la planta baja, donde estaba situada la morgue de la comisaría, subía una pareja de mediana edad, en un estado tan lamentable que pensé que serían dos cadáveres que se habían escapado.
La mujer tenía el pelo dorado, aún era joven si considerábamos que parecía que hubiese envejecido veinte años de golpe. Su cara mostraba tanto dolor y pena que se me contrajo el corazón sin poder evitarlo.
Se apoyaba en su marido. Un hombre de pelo cano, alto y fornido, con pinta de inteligente y pragmático. Tenía mejor aspecto que su esposa, que parecía haber perdido la razón, pero tampoco estaba para echar cohetes al aire.
Los padres de Alex habían ido a reconocer el cadáver de su hija que pronto pasaría a la morgue del hospital y finalmente a ser enterrada. Tan solo faltarían esos molestos asuntos burocráticos de la autopsia para comprobar si la chica iba drogada o bebida. Bien, estaba claro que eran necesarios ya que Emily podía haberme mentido.
Pero yo sabía que no. Era algo que sentía en el fondo de mi alma.
La pareja pasó delante de mí sin dirigirme ni una mirada. Ambos se apoyaban moralmente en el otro, cosa que debían empezar a hacer, ya que ahora solo se tenían el uno al otro.
Un padre jamás debería enterrar a sus hijos.
Esa célebre y triste frase, tan dicha en las películas ahora cobraba sentido ante mis ojos al ver tanta desolación en un ser humano. Como había dicho Emily antes, no me parecía justo.
Justo después de salir los padres de Alex. Emily y los suyos propios salían de la sala de interrogatorios.
Emily iba más calmada, donde iba a parar, había dejado de llorar. Pero en su cara se veía el mismo rictus de sufrimiento y venganza que le había visto al final de la sesión. Agradecí que el tal Paul fuese a estar una buena temporada entre rejas, pero por otro lado me fastidió que fuese así. Se merecía una buena tunda por su acción.
Ellos si que me miraron al pasar. Ambos adultos me dieron un seco movimiento de cabeza a base de despedida, que les respondí sin mucho entusiasmo. Yo tampoco estaba para echar cohetes. Emily por otro lado ni me miró, iba muy ocupada recordando como andar.
La pequeña familia cruzó la puerta y se dirigió al aparcamiento. Yo también me levanté y fui a terminar de ordenar unas cosas antes de irme a casa, cuando escuché unos pasos apresurados.
Me di la vuelta y vi a la joven gótica corriendo hacia mí. En estos momentos parecía una copia mal hecha de un dibujo manga.
-Inspector Stanley, tengo una pregunta para usted- dijo nada mas llegar a mi altura.
No entendía por donde iban los tiros, por lo que ladeé la cabeza esperando.
-¿Sabe cual es la moraleja de todo esto?
Me sorprendí un poco ante semejante cuestión. Sin embargo me la tomé en serio durante unos momentos, para finalmente negar con la cabeza.
Sus ojos se endurecieron.
-Que la justicia no existe.




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